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jueves, 9 de abril de 2015

'Perdiendo el norte', inaguantable


En la vida real, la diferencia entre estar ante un tipo con gracia y otro que se cree con gracia se plasma en lo cerca de él que te sentarías en una cena. Ya que si el primero consigue condensar el tiempo, el segundo transforma la velada en inaguantable haciendo que lo más celebrado sea el postre, y no por dulce si no por acabado. Dicho calificativo, el de inaguantable, debería ser el último que a uno se le debiera imaginar cuando ve cine del que espera algo simpático, ameno y amable, y sin embargo, no se me ocurre mejor título.


‘Perdiendo el norte’ no tiene gracia, pero lo que llega a enervar al personal es su moralina de recetario y su despreciable forma de buscar empatía por medio de temas sociales de actualidad, abordados sin interés, ni chispa, ni mala baba. Relleno para vender entradas y lucrarse a costa del ánimo de inconformismo coyuntural. El trato que se le da a los desahucios o lo arbitrario y omisible que es introducir el tema del alzheimer, incluido solo con el fin de lanzar un par de chistes fáciles hacía el final, son directamente de mal gusto.


Tópico tras tópico la narración avanza previsible y esquemática, algo admisible tratándose de una comedia de fácil consumo siempre y cuando se consiga por el camino hacer reír. Este encargo era - a priori - responsabilidad del choque de culturas producido esta vez entre dos países diferentes. Y a pesar de sus muchas posibilidades y vertientes sabidas por tantos de los que en algún momento hemos tenido que partir, la sensación es la de estar escuchar a “Loquendo” enumerando anécdotas. Lejísimos de la carcajada, de llegar a vivir, sentir y disfrutar con esas anécdotas. Y no es el tópico el culpable si no la incapacidad de saber hacerlo lucir, pues material hay, lo que no hay es gracia.

Toca hablar de los interpretes y si bien estos no son lo peor - guión y dirección pierden mucho más el norte -, tampoco mejoran el nivel general. La pareja de turno la forman un Yon Gonzalez al que se le nota estar interpretando continuamente, y Blanca Suárez, quien aún mejor que su compañero, quedará para el recuerdo como la corredora sonriente. Aparece también Miki Esparbé - que parece el hermano bastardo de Melendi - en un personaje mil veces visto y un irreconocible Julián Lopez, soso y acartonado, y al que solo vemos de verdad en los títulos de crédito y en un plano reacción totalmente suyo - SPOILER - cuando ve la mano de Miki Escarbé en el centro de donación de semen - FIN SPOILER -. Por último, y sin mucha fortuna tampoco, vemos desfilar a José Sacristán, Ursula Corberó, Malena Alterio, Javier Cámara, Carmen Machi, Yunes Bachir y el más simpático y socarrón de todos Arturo Valls.



Nacho G. Velilla dirige un bodrio capaz de reproducir y expandir las fobias que arrastra el cine español y de las que poco a poco nos íbamos apartando, y de paso y por comparación, convierte a ‘Ocho apellidos Vascos’, ‘3 bodas de más’, ‘La gran familia española’, o ‘Las brujas de Zugarramundi’ por citar las más cercanas a su estreno en obras maestras. Más subrayados que un programa infantil, gags de corte televisivo que no funcionan como en el medio doméstico, y además con ínfulas de rebelde y solidaria. Si la veis en la mesa sentaros lo más lejos posible, o mejor, fingir alguna indisposición y rechazar la invitación.

Valoraciones:

Personal: 2
Filmaffinity: 5,5
Metacritic: ¿?
Rottentomatoes: ¿?
IMDb: 6,1

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