En la vida real, la diferencia entre estar ante un tipo con gracia y otro que se cree con gracia se plasma en lo cerca de él que te sentarías en una cena. Ya que si el primero consigue condensar el tiempo, el segundo transforma la velada en inaguantable haciendo que lo más celebrado sea el postre, y no por dulce si no por acabado. Dicho calificativo, el de inaguantable, debería ser el último que a uno se le debiera imaginar cuando ve cine del que espera algo simpático, ameno y amable, y sin embargo, no se me ocurre mejor título.