En 1995 Jumanji tocaba a tambores y ofrecía una película que si bien no era perfecta, era memorable. Mosquitos de un tamaño no vistos ni en Tailandia, una casa convertida en un acuario lleno de cocodrilos, monos creando el caos, estampidas de animales, un cazador que de verdad transmitía peligro…, cada vez que rodaban los dados la película daba un vuelco, era impredecible. Su ritmo y su idiosincracia estaban en esos elementos cuadrangulares que en ‘Jumanji: Bienvenidos a la jungla’ han sido sustituidos por los mandos de una videoconsola.