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miércoles, 27 de noviembre de 2013

Historia del cine, George Méliès (I)

Se pretende en esta serie de artículos realizar una recapitulación, más bien extensa, y que englobe un periodo referido a lo cinematográfico compuesto desde la raíz a la primera ilusión audiovisual, los efectos especiales. Para ello, tomaré como guía la vida de George Méliès sin caer en una vaga transcripción de la Wikipedia, ya que lo que aquí se pretende articular es un proceso que se inicia en las cavernas y culmina con la “magia del cine”, entendida esta como la espectacularidad del cine actual. Es pues esta una antología con motivo cultural y destino contemporáneo vista a través de la mirada de Méliès, uno de los grandes responsable de conducirnos a destino.

Introducción


Nacido el 8 de diciembre de 1861 en el boulevard Saint-Martin de París, George Méliès es una figura que admirar hoy día gracias a su ineludible contribución para con el séptimo arte: introdujo lo onírico, la magia y la ficción en un cine que apenas aprendía a caminar y hasta entonces era exclusivamente documental. Instauró la idea mediante la cual entendemos el cine como una herramienta capaz de narrar cualquier historia, no solo hechos, y reproducir todo lo que la mente imagina.

A lo largo de sus 79 años de vida, desempeño las tareas de dibujante, ilusionista, constructor de artefactos, director de teatro, actor, decorador, técnico, productor, realizador y distribuidor de más de 500 películas entre 1896 y 1912. Fue uno de los primeros cineastas en utilizar múltiples exposiciones, el time-lapse, las transiciones por medio de fundidos y los fotogramas coloreados a mano. Fue una eminencia dentro del género fantástico y a pesar de caer en el olvido y la ruina económica debido a la primera guerra mundial, que le llevaron a destruir los negativos de todas sus películas, el casual encuentro con un periodista, Léon Druhot, logró rescatarle del inmerecido olvido, redescubrir su obra y reivindicarle de tal forma que hoy pueda ser estudiado y reconocido. 

Las sombras chinescas 

Durante su estancia en Inglaterra, debido a un deficiente nivel lingüístico que le impedía comprender las obras de teatro, entró en contacto con el mundo del ilusionismo, y así a su vez con las sombras chinescas. La escritura del movimiento, bautizado a posteriori con el término sombras chinescas o sombras francesas, data de tiempos prehistóricos cuando los primeros homínidos enarbolaban figuras inquietas valiéndose del fuego, las manos y las paredes de una cueva. Un fenómeno que va a ser popularizado centrando grandes atenciones culturales en el siglo XVII.

George Méliès era un gran amante de las sombras animadas, le fascinaba la idea de crear proyecciones en movimiento con las propias manos, o de recortar y articular figuras para después situarlas entre una fuente de luz y una superficie plana observando a continuación la escenificación deseada. Esta situación, constituye una de las primeras conexiones directas entre movimiento, luz y puesta en escena, si a ello unimos el hecho de que las proyecciones solían venir acompañadas de una narración oral, tenemos el primer vestigio cinematográfico de la historia.



Esta básica representación de sombras en movimiento, se convirtió en un espectáculo realizado en sociedad gracias a un episodio romántico. Nos remontamos al siglo dos antes de Cristo cuando el emperador Wudi perdió a su pareja, sumiéndose en una depresión que le llevaría a desatender asuntos de estado. Un día, uno de sus vasallos se encontró por casualidad con una imagen, un niño jugaba con un muñeco y el movimiento que este le daba, visto a través de la sombra que formaba, parecía dotarle de vida propia. Esa misma noche, inspirado por esta visión y utilizando una cortina junto a lámparas de aceite, el vasallo ofreció al emperador la ilusión de contemplar a su amada, ofreciéndole consuelo al tener la impresión de hallarse ante su espíritu. El emperador, fascinado ante tal invento, popularizó esta representación dando lugar a lo que pasó a llamarse teatro de sombras.



Dada a conocer la curiosa fábula que se encuentra detrás del nacimiento de este fenómeno, decir que su momento culminante como arte se alcanzó en 1886 con los espectáculos de Caran d’Ache y de Henri Rivière en el cabaré Le Chat Noir, donde se respiraba una atmósfera al mismo tiempo poética y estrafalaria que influyó de forma notable en Méliès, quien con veinticinco años por aquel entonces frecuentaba de manera asidua estos espectáculos allá por finales del siglo XIX.

La sombra, a caballo entre lo real y lo ficticio, entre el ser y el no ser, a medio camino entre lo mágico y lo religioso, supone la imagen más palpable del mundo de lo abstracto, de las ideas, de aquello que trasciende lo que nuestros sentidos perciben. Y esto es algo que contaba con el máximo interés para Méliès, la representación de lo ficticio, los sueños y las ideas de manera gráfica, implantándose así en su interior una inquietud que germinaría más adelante.

La perspectiva 

La perspectiva irrumpe en el mundo artístico durante la época del Renacimiento, periodo aún ausente del fenómeno fotográfico, y donde el valor cultural inherente a cada imagen, en este caso cuadros y grabados, era coto privado de una minoría rica e ilustrada, resignándose el pueblo a contemplar aquello que pudieran ofrecer templos, iglesias y poco más. El flujo de información era insuficiente y el turismo no era una opción en aquellos tiempos, sin embargo, la necesidad y las ganas por conocer eran superiores incluso a las actuales. Aparece así la caja óptica, un instrumento que permitía acceder al ciudadano del siglo XVIII y XIX a una vista, un grabado, que mostraba el mundo con una sensación de realidad nunca antes alcanzada.

El espectáculo consistía en una caja con uno o varios agujeros compuestos por una lente, detrás de la cual se situaba un espejo a 45º donde el grabado, colocado sobre la mesa, quedaba reflejado. El efecto de las lentes, unido a la perspectiva acusada de la imagen, daba una sensación de profundidad inaudita. Se pretendía situar al espectador  dentro de la imagen, y esto se conseguía en parte gracias al hecho de observar a través de un agujero, pues limitaba el campo de visión y centraba toda la atención sobre la ilustración, provocando ese efecto de inmersión.





El fenómeno se trató de llevar a más implantando diferentes trucos visuales, como recrear una realidad deformada mediante anamorfosis o realizar pequeñas perforaciones en el grabado, justo donde había ventanas, lámparas, etc. Con ello realizado, iluminando esta vista por delante y posteriormente por detrás, se transmitía la sensación de paso del tiempo, típicamente cinematográfica, transformando una imagen de diurna a nocturna. 
Ejemplo de anamorfosis

Ejemplo de anamorfosis

Ejemplo paso del tiempo


Con sus maravillosos teatros de perspectiva, Martin Engelbrecht fue el primero en ofrecer efectos de relieve donde el mundo aparecía a los ojos de los contemporáneos tal como era, con una veracidad nunca vista hasta entonces. En tres dimensiones, trasladaba al visor de un mundo a otro, también real, como si hiciera un viaje. Georges Méliès tomo buena cuenta de este efecto y las sensaciones que producía encuadrando muchas de sus películas de este modo, con decorados sucesivos y en ocasiones móviles.

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