Luz escénica, un personaje acaba de quedarse a cara descubierta y aparece solo ante la negrura de la platea, pausa. Averiguamos ya de inicio que la forma será teatral y el tono personal. Comienza entonces sobre el escenario lo que tiene su origen en él, un relato propio y subjetivo de una vida donde prima señalar y nunca asumir, primero de fuera a dentro y luego en sentido inverso, ambos equivocados. No hay motivo de burla o distinción ante quien se intuye diferente, pero tampoco hay motivo de culpa para quien, carente de malicia, no sabe reaccionar. La personalidad, el yo, incluso ante las mayores adversidades termina por ser decisión de uno mismo, esa responsabilidad que no parece querer aceptar Guillaume incapaz de asumir la más mínima autocrítica en los no tan breves 85 minutos que dura ‘Guillaume y los chicos, ¡a la mesa!’.