En lo más profundo de esa visión cruda y espectacular de un conflicto bélico visto desde la barrera, existe la ansiedad de quien lo vive. Más que valor, arrojo y heroicidad, más que buenos y malos, más que un espectáculo grotesco con soldados sujetándose las tripas, sangre, caos y gritos de terror, en la guerra hay miedo. Miedo al instante más próximo, miedo al azar, miedo a no salir de ahí. Han habido miles de guerras, libradas de mil formas distintas, pero puedo afirmar sin haber estado en ninguna de ellas que siempre ha habido miedo. Y por ello Dunkerque es una película con tantísimo corazón, por qué no retrata a un grupo de soldados en concreto si no a todos ellos, no narra una historia acotada por un grupo de personajes en unas circunstancias particulares si no que trata de transmitir las sensaciones sufridas por cualquiera de los allí presentes.
Durante la primera secuencia de la película llueven panfletos sobre los ingleses con el eslogan “estáis atrapados”, una afirmación que es la verdadera protagonista de esta historia. Ese impreso que sirve como introducción, nudo y desenlace contiene las intenciones de este filme, que rehuye intencionadamente de profundizar en los personajes para centrarse en ofrecer una perspectiva donde prima lo sensitivo. La ansiedad por querer huir más pronto que tarde, el agobio de no ser capaz de hacerlo, o la intensidad de una masacre que viene por tierra, mar y aire son algunas de las emociones que transcienden la pantalla y se solapan sobre la piel del público asistente.
En esa búsqueda por generar un impacto perturbador, por bajar al fango al espectador, la banda sonora compuesta por Hans Zimmer destaca especialmente como un elemento que contribuye a exacerbar todo cuanto se ve. Siendo los efectos sonoros mucho más destacables que la parte melódica. Como cuando sobre alas se hacen rugir los motores incrementando los decibelios incluso por encima de lo puramente realista, intimidando, sobrecogiendo y poniendo a prueba la resistencia de algunos tímpanos. O como cuando a ritmo de tic - tac se instaura un estado de histeria y locura del que no eres consciente hasta que, en un final donde para sorpresa de los derrotados se esta celebrando su fracaso, se hace el silencio.
La visión cinematográfica de Christopher Nolan suele tener un peculiar concepto del tiempo a la hora de estructurar la narrativa audiovisual. En este caso, en un nuevo acto de personalidad, consigue aunar en uno solo tres hilos temporales distintos de forma que se visualicen como un continuo. Una semana, un día o una hora son tres escalas temporales que difieren en el tiempo pero no en la pantalla. Tres historias que se perciben como un todo unificado dándole a la cinta un ritmo arrollador que no permite echar el freno.
El desinterés intencionado por crear una historia al uso no implica la insignificancia de los interpretes quienes, sin subrayados y por medio de un lenguaje que omite las palabras ofrecen matices de gran calado. Se puede ver a dos soldados (Fionn Whitehead y Damien Bonnard) establecer un honesto vínculo a pie de playa cuando uno de ellos descubre al otro usurpar la personalidad de un tercero. La templanza de un niño (Tom Glynn-Carney) al ocultar a un loco (Cillian Murphy) el trágico destino de sus arrebatos, o lo poco que necesita Tom Hardy para que cuando se acaba el gas, le quieras dar todas las medallas.
Dunkerque puede gustar más o menos pero sin duda es algo novedoso, fresco y arriesgado. A la complejidad técnica y creativa de crear semejante espectáculo le va a la zaga la dificultad de conseguir la licencia para hacerlo gastándose por encima de los 100 millones de presupuesto. Visualmente es arrolladora, es intensa de principio a fin, y además resulta interesante. Pueden existir películas más completas o con un mayor recorrido pero Christopher Nolan ofrece una experiencia única, y eso es muy grande.
Valoraciones:
Personal: 9
Filmaffinity: 7,4
Rottentomatoes: 92%
IMDb: 8,4
IMDb: 8,4
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