Sufrimos de adicción a la ciencia ficción. Somos muchos. El simple olor a metal o unas reglas del tiempo particulares son suficientes para querer comprar. Así, la premisa de un parque de atracciones poblado por androides, ambientado en el oeste, y donde los seres humanos pueden mostrarse tal y como son, libres de prejuicios y ataduras morales, se vende por si solo. Shut up and take my money ¿no?. Lástima, porque a pesar de un piloto prometedor y un final satisfactorio, todo lo que hay entre medias aburre. Hay cierto personaje que, durante el transcurso de la serie, aboga por transformar este parque de atracciones moderno en algo más simple, apostar por lo visceral y reducir las tramas “shakesperianas”. Y en buena medida acierta, no porque a Westworld le falte sangre y sexo, pero si que le sobra enigma.